Con la consagración de las marcas como símbolos de identidad, cada día más gente se ha sumado a grupos de población que pretenden proyectarse como homogéneos por su poder adquisitivo pensando que usar una cierta marca les dará legitimidad social y hará pensar que son el tipo de persona que quieren aparentar ser. Hasta aquí nada nuevo.
Pero hace unos días, mientras pedía mi “jamón” de pechuga de pavo en el área de salchichonería de un supermercado, escuché que una promotora le decía a otra “Por favor despáchalo tú porque Peñita está acomodando el refrigerador”.
Como mi curiosidad es insaciable y mi imaginación no tiene límites, empecé a elucubrar acerca del nombre “Peñita”, aunque afortunadamente sin vincularlo al ex presidente.
Entre otras ideas, vino entonces a mi mente la posibilidad de que le llamaran “Peñita” derivado de “Peña”, abreviando coloquialmente la marca Peñaranda. Le pregunté a la señorita que me atendía si era un apellido o le decían así por la marca. Me dijo con toda naturalidad “Claro, aquí nos conocemos por las marcas, no por los nombres”. Por ejemplo, yo soy la señorita Sigma, esa que ve allá es Lala y el joven de aquí atrás es Alpino.
¿De verdad? Pregunté un poco incrédulo. Me respondió “Mire, nada más para que se dé una idea, el otro día que invité a mi casa a esta chica que ve aquí, le dije a mi mamá, mamá, ella es Leticia. Mi mamá me miró con cara de what y me reprochó que esperara que supiera de quién se trataba. Al final me acordé que siempre le había contado a mi mamá de Leticia refiriéndome a ella como Esperanza, por la marca que promueve. Aquí nos resulta más fácil y más práctico usar las marcas que nuestros nombres”.
Así las cosas. Caras vemos, marcas no sabemos… hasta dónde van a llegar.
¿A ti cómo te llaman, por tu nombre, por tu apodo o por tu marca?
Yo soy CÓMplice de las marcas.
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