Se dice que la pandemia del Coronavirus provocó un salto enorme en el tiempo y que en algunas economías hizo avanzar en pocos meses la digitalización que habría tomado varios años. Lo que no se dice tan claramente es que esto se refiere a la necesidad de las personas al no poder o no querer salir del hogar para obtener productos o servicios necesarios para su supervivencia, pero que no parece tener simetría con la infraestructura necesaria para obtener una respuesta eficiente de los proveedores de dichos satisfactores.
Escuchamos continuamente invitaciones a entrar de lleno o a evolucionar en la transformación digital de las empresas. Algunos lo hemos hecho y hemos logrado una eficiente operación remota con nuestros colaboradores y clientes. Pero no más allá de lo que nos permiten los proveedores de servicios, por ejemplo, de internet. Hemos tenido la elasticidad de aceptar la idea de que el internet va a terminar por fallar en algún momento y que todos tenemos que adaptarnos a esa realidad. Las video conferencias de pronto, sin aviso, se ven interrumpidas por la desaparición (por desconexión) de alguien que con mucha suerte se reincorpora, aunque con la consecuente pérdida de enfoque. Vivimos en una realidad totalmente dispareja respecto de la infraestructura tecnológica. El acceso a internet que tengo para trabajar opera a través de un cableado tradicional de par de cobre… como en las mejores épocas de la prehistoria. Sus tarifas, sin embargo, son de primer mundo.
Como dependemos de varios proveedores para nuestra alimentación en casa, ahora recibimos del supermercado lo que hay, que no siempre coincide con lo que pedimos de acuerdo a la disponibilidad que reporta la app correspondiente. La carne y el pollo llegan a casa directamente desde la central de abastos, aunque algunas veces sin aviso tenemos que pagar en efectivo porque “la terminal no agarró señal”, “se le descargó la pila” o, como sucedió en el evento más reciente, el jovencito que entregó el pedido llegó en un patín de diablo porque no tenía más opción y “la terminal se la llevó el otro chavo para entregar otro pedido”. Supongo que la verdad es que es imposible cargar varios kilos de carnes y una terminal bancaria en un patín del diablo mientras te juegas la vida entre el tránsito de la CDMX.
El gas LP que utilizamos en casa es puntualmente surtido desde hace años, pero ahora el operador se ve en la necesidad de darnos crédito cada vez que su terminal bancaria “no arranca a pesar de que la enciende desde que viene de camino”. El jardinero, la persona de servicio y el limpiavidrios ahora reciben sus pagos por transferencias desde el móvil que, generalmente funcionan bien.
Entonces, ¿cuándo podremos realmente decir que hemos logrado una migración a una economía digital en México? Personalmente pienso que cuando podamos tener la certeza de estándares que hoy estamos muy lejos de alcanzar. Hoy las cosas operan por la capacidad de adaptación que resulta de las ganas de poder avanzar. Pero será bueno que todos los involucrados en la venta y distribución de productos y servicios entiendan que para avanzar en serio tienen que tomar en cuenta que lo que es parejo no puede ser chipotudo.
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