Marcelina llegó un día y nos dijo sin preámbulos: “Ya me voy a mi casa a cuidar a mi papá porque se quiere mandar solo”. Al final resultó que se trataba de una cortina de humo para no compartirnos la noticia de que estaba embarazada. Después de todo ella era la que se había mandado sola.
Pero nunca dejó de causarme interés y hasta asombro la explicación sobre lo que quería decir que su papá se mandara solo. Según su versión se refería a que su papá ya se quería ir de la casa, desaparecía por días y no sabían si andaba con otras mujeres. En resumen se mandaba solo.
Así que un día me encontré en la agencia pensando en las causas por las cuales los consumidores se quieren mandar solos cuando nosotros queremos que nos compren una y otra vez y para siempre. ¿Será que siempre ha sido así y el papá de Marcelina estaba en lo correcto? Si ya no quería estar en un lugar ¿por qué tendría que estar contra su voluntad?
Lo cierto es que desde siempre las personas (consumidores o no), nos mandamos solos y vamos hacia o detrás de aquellas cosas o personas que nos llenan más la pupila, la boca, el estómago o el corazón. Es inevitable que vayamos por lo que consideramos que nos va a proporcionar mayores beneficios o nos va a hacer sentir mejor.
Aunque no siempre ha sido así, cada día lo es con mayor frecuencia e intensidad debido a la enorme competencia que existe entre las productos, porque la única manera que tienen de diferenciarse del resto es construir vínculos poderosos con las personas para cuando se manden solas sea a favor de nuestras marcas.
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