Este es un tema recurrente en nuestras vidas.
Mi tía Lorencita era una dulce viejecita de cabellera blanca, cara pálida y piel manchada por los años, pero de aquellas viejitas que te hacían sentir querido, apapachado e importante desde el mismo momento en que posabas tu mirada en sus ojos. ¡Ah! Qué reconfortante er
a visitarla.
En cambio, mi Tía Armandina siempre fue una figura distante a pesar de ser mi madrina de primera comunión. Sin embargo cada año que la visitaba me llevaba hasta su caja fuerte y metia la mano para sacar… ¡50 pesos de regalo! Era como sacarme la lotería una vez al año (en ese entonces 50 pesos eran muuuuucho dinero).
Decidir cuál era mi favorita podría haber sido un conflicto importante si no hubiera tenido tan claro que lo que yo prefería era cariño, más que dinero. No porque no necesitara el segundo sino porque me hacía sentir mucho, mucho mejor el primero.
Y desde entonces no he cambiado. Mis relaciones se han extendido y en muchos sentidos mis tías han sido reemplazadas por marcas que adquieren fisonomías, personalidades y características tan humanizadas que podría describir a varias de ellas como personas.
En esto estriba el poder de la construcción de marcas. Compras productos pero escoges entre marcas que te hacen sentir de una u otra manera y finalmente te quedas con la que te hace sentir mejor de acuerdo a lo que es más importante para ti.
Entre mi tía Lorencita y mi tía Armandina, ¿Tú con quién te quedarías?
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