Olguita, la esposa de un muy querido amigo de la infancia, como especialista en temas de arreglo personal y como estilista de altos vuelos, clasifica a las personas de una forma que me parece maravillosa: unas tienen pelo bueno y otras pelo malo. No hay pelo medianito, medio pelo, pelo medio chino, pelo más o menos, pelo dos tres o cualquier otra variante.
Pelo bueno o pelo malo. Sin más.
Así es el negocio de la construcción de marcas. Marca buena, marca mala. Tampoco hay medias tintas. Una marca es querida o no por las personas que esperamos que la prefieran y compren el producto que la ostenta.
Una marca buena tiene preferencia, sus consumidores la aman y hasta le toleran ciertas fallas o defectos, como a cualquier persona que llevan en su corazón.
Una marca mala no es preferida sino elegida como reemplazo a falta de la marca buena, o cuando a las personas les aprieta el cinturón y no pueden estirar más la quincena. La seleccionan cuando les da igual.
Pero no te engañes, siempre regresarán con su marca buena en cuanto desaparezcan las condiciones que los llevaron a cambiar.
Las ofertas permanentes no hacen marcas buenas, el precio mucho más bajo no la convierte en marca buena, parecerse a la marca buena tampoco la convierte en su igual.
Marca buena o marca mala, esa es la cuestión y es la única decisión trascendente con el paso de los años. La marca buena garantiza ventas futuras construyendo relaciones con las personas, la marca mala solo vende productos y no crea futuro.
Con su división de las personas en pelo bueno o pelo malo, Olguita tiene una sabiduría ejemplar que vale la pena aplicar.
Tú decides qué clase de marca quieres y si te inclinas por una marca buena tienes que empezar desde este mismo instante a construirla… aunque parezca que está pelón lograrlo.
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