No lo puedo evitar. A lo largo de mi vida he tenido algunas adicciones que han llegado y de igual manera se han ido, pero sólo una que llegó para quedarse: la publicidad.
No he podido dejar de sentir fascinación, excitación y satisfacción (todo on) cuando se trata de observar, escuchar y entender a las personas que malamente son llamadas consumidores.
¿Por qué se comportan como lo hacen? ¿Por qué toman decisiones que tantas veces parecen fuera de toda lógica? ¿Por qué, por qué y por qué tantas cosas?
La primera respuesta sensata que encontré en medio del absurdo fue la visión de un sistema creado por D’Arcy hace muchos años y bautizado como Belief Dynamics. El gran mérito es que explicaba de manera inconfundible la premisa de la cual partimos cuando hablamos de construcción de marcas: el mercado es una guerra de percepciones, no de productos.
La declaración de que la diferencia entre el comportamiento de personas aparentemente iguales residía en lo que había dentro de ellas me cautivó al grado de provocar una irresistible curiosidad que a la fecha no he podido saciar. Siempre que veo a alguien haciendo cualquier cosa, me la imagino como un contenedor lleno de creencias que interactúan, se relacionan, se pelean y compiten para hacer que la persona se comporte de una u otra manera.
Con esto aprendes que nada es para siempre. Los mercados son como seres vivos que se transforman constantemente y lo que es cierto hoy, deja de serlo en el momento menos pensado.
Cualquier persona sensata odiaría esto. Pero yo lo amo. Soy Oscar y soy adicto… a la publicidad.
Comments